No, no sos más genuino por decir malas palabras. Tampoco por gritar, gesticular exageradamente o comerte las "s" si no hablás así siempre.
No, no sos más auténtico por preferir la milanesa al sushi, ni menos auténtico por lo contrario. Esa comparación no prueba nada, excepto tus elección de comida.
No, no es ocurrente ni gracioso. Ya lo han dicho cientos antes que vos, y siempre suena a mentira. Todos sabemos que la elección entre asado y sushi no guarda un vínculo secreto con la verdad de tu ser.
Y no, gritar y adornar tus palabras con insultos no les da más peso. Tampoco valida que esa sea tu versión "más genuina". ¿Qué pasa cuando no estás insultando? ¿Estás mintiendo? No, ¿no?.
No, comer sushi no te hace sofisticado ni comer asado te hace genuino. Que prefieras una cosa u otra es irrelevante para determinar si sos auténtico o no.
Pero si algo sí significa, es que vos creas que comer asado te hace más genuino. Significa que tenés una gran confusión de ideas.
No, no es verdad que una persona es más genuina según sea más burda.
Si estuvieses despierta, probablemente creerías que te estoy acariciando; pero no. Te estoy
coleccionando.
Creerías que estoy rozando mi nariz por tu cuello, a modo de caricia, pero no; te estoy oliendo.
Te estoy oliendo con mis manos, con mis piernas, con los nervios de mi cuerpo. Te estoy grabando, beso a
beso, roce a roce, y con cada vez que inhalo, te estoy coleccionando.
Quiero poder ponerte "play" a mi gusto, cuando no estés, porque "el amor es eterno mientras dura", dice
García Márquez, y ya he sufrido demasiado como para confiar en el presente.
Te estoy reconociendo, centímetro a centímetro, sintiéndote; tanto, que me duele. Me duele, y lágrimas
visitan mis ojos, y tanta belleza dobla mi garganta en un nudo que podría asfixiarme, matarme (si yo lo
permitiese), y duelo, me duelo de lo tanto que te estoy memorizando, tanto que te deseo; pero no te
deseo sexualmente; o no solo sexualmente, porque sería poco. Es como si te estuviese comiendo, con
ansiedad de odio, retroactivo y proyectado a ese futuro en el que sos un agujero, un espacio vacío en el
placard, una foto cortada a la mitad, una silla vacía en soledad.
Me siento como un monstruo, de esos de las película de extraterrestres, siento como si pudiese, en
cualquier momento, abrir grotesca y asquerosamente mi cuerpo a la mitad, mis costillas y vísceras
brillando desagradablemente, y te pudiese meter adentro de mí y disolverte.
Si estuvieses despierta creerías que te estoy besando, pero no, te estoy lamiendo. Te estoy saboreando,
estoy grabando por repetición tu sabor en mi mente. Tomo un sorbo de agua, y te vuelvo a probar, una y
otra vez. Te estoy coleccionando, como si estuvieses hecha de estampillas y mi mente fuese un álbum.
Agarro cada una de las partes que sos vos y te pego en mi interior, te adhiero a las paredes de mí, a lo
que me rodea por dentro, y paso a ser el Alto Sacerdote de un templo dedicado a vos, y la piel que nos
separa duele a un trago de fiebre y brea.
Noto las imperfecciones de tu piel, los nudos en tu cabello, el olor a comida en tu pelo, las marcas de
las sábanas en tus hombros, estas cicatrices temporales que las recordaré aunque en la mañana ya no
estén, cicatrices que recordaré porque es inevitable, porque te estoy coleccionando.
Y tocándote dormida me duermo, soñando con un presente inagotable, rezando para que el futuro no sea una
sucesión de días sino una pausa de el tiempo, un prolongamiento eterno de esta mezcla de novedad, sabor,
olor, calor de sábana y frío de mundo, del tacto de mi cuerpo en tu piel, para siempre, y nunca más.
Escrito por mi, Elazar. Dedicado a Sophie, personaje ficticio del libro The
Speed Approach to Garbadale, del Gran Maestro Iain Banks.
Él se tomó una botella de vodka en su pensión, ubicada en la parte más equivocada de París.
Se fue caminando hasta la puerta del cabaret, entró y subió al escenario. La mujer que ahí cantaba detuvo
el espectáculo y se lo quedó mirando con honesta perplejidad. Ella se le intentó acercar y se tropezó y
cayó, él no hizo ningún amague de tratar de atajarla.
Cuando ella hubo caído, él sacó del bolsillo de su chaqueta mil dólares en billetes de a cincuenta, se lo
tiró a ella en el suelo y le dijo "¡¡¡gracias por curarme mi estúpida obsesión con el amor!!!".
Todo el cabaret se detuvo y aún aquellos encargados de preservar y restablecer el orden cedieron
involuntariamente segundos de reacción para poder observar siquiera instantes de lo que ante sus ojos
acontecía.
Ella miró el dinero en el piso, y luego lo miró a él.
Él esbozó unas lágrimas y con la voz entrecortada y vacilante cantó "how wonderful life is … now you're …
in the world …"
Ella lo siguió mirando, abrió un poco los labios, torció levemente la cabeza a un lado e inhaló en clara
señal de que estaba por hablar y hubo un gran aumento en el silencio del cabaret; se podía escuchar el
ruido de los pantalones y vestidos haciendo fricción con las sillas, clara evidencia de que la gente se
inclinaba y acomodaba para ver y escuchar mejor aquella excepcional escena. Ella al final le dijo,
"disculpá, pero … ¿te conozco?" y todo el mundo miró a su alrededor para poder confirmar en la expresión
facial del otro que todo era tan difícil de seguir como a cada cual le parecía. La gente se miraba y
hacía que "no" con la cabeza.
Él sonrió y dijo "No, no nos conocemos, pero siempre tuve ganas de hacer eso, desde que vi Moulin Rouge"
Ojos hidrópicos creo
Que mis ojos deben ser;
Pues cuando es muerte el beber,
Beben más, y desta suerte,
Viendo que el ver me da muerte,
Estoy muriendo por ver.
Pero véate yo y muera;
Que no sé, rendido ya,
Si el verte muerte me da,
El no verte qué me diera.
Fuera, más que muerte fiera,
Ira, rabia y dolor fuerte;
Fuera muerte: desta suerte
Su rigor he ponderado.
Pues dar vida á un desdichado
Es dar á un dichoso muerte.
Entro a casa y escucho tus pasos en el pasillo, entristezco y me abre la puerta del paliere el viento que
tiene puesto tu vestido, le digo un "buenos días, mi amor" a la ausencia que está usando tu perfume, y
dejo mis cosas en mi despacho. Me quito la ropa de trabajo, colocando reloj, pluma y gemelos en su
canasta, y el dolor, fingiendo tu voz, me grita de algún lado hermoso de la casa que si voy a cocinar o
a pedir comida. "Voy a cocinar", le digo a tu foto que no está en la cómoda, y entro al baño, donde
corro el cepillo de dientes rojo que usa la desidia, y tomo el mío, el azul.
Me miro al espejo y veo como pasan tus años, te veo cerca a las canas, y me imagino tu belleza teñida de
gloria y madurez, y sonrío. Me mojo el pelo, salgo y la angustia se peina con tu cepillo favorito, tu
pelo largo, cuidado y nunca mencionado, nunca arreglado, nunca pintado, solo cepillado, y sonrío "que
hermosa que sos, y cuanto te amo", pienso mientras camino y me recrimino a mí mismo que no te lo digo a
menudo, y luego veo que no te lo digo nunca, y estoy por decir "pero ella lo sabe" y en mi camino me
paro, "te amo", le digo a una sombra que te roba la mirada y por una ventana me tortura, y así sigo
caminando.
Miro el más reciente cuadro que no pintaste ni colgaste en la cocina y veo cierto tono de dolor en él y
pienso, "seguro que es por culpa mía", sonrío.
Corto las verduras, pongo todo sobre la cocina y la mentira me grita "tengo hambre", y sonrío. "ya va a
estar, mi vida", pienso; y le pongo más comino a todo.
Pongo la mesa, mientras todo se cocina, pongo tu mantel de sitio -que me pongo a mí el que está manchado-
y te pongo la sal y las servilletas cerca de tu silla "comemos" le digo a la violencia, que se puso tus
zapatos.
Traigo los platos y se lo sirvo a la desidia, que se viste de vos y se pone tu collar favorito, y te
pregunto si querés decir vos las bendiciones, y la ausencia te roba la sonrisa y me sonríe, y lo tomo
como un no, y así antes de comer comida bendigo, bendigo la bendición del señor, y la bendición del
mendigo.
Lavo los platos y siento la estupidez que me abraza, me sujeta fuerte y me dice un te amo, y disfruto
tanto el abrazo que no paro, sigo lavando los platos.
Seco y guardo, y una mentira usa tu voz y suspira en mi oído "es hora de ir a la cama"; y sonrío.
Paso por el cuarto donde no está la cuna, y no levanto a nuestro hijo, como un reloj de arena sin fondo
se escurre su sangre entre mis dedos, y el bebé sonríe y trato de darlo vuelta, como un reloj, sabiendo
que la arena se escurre con la misma comodidad que el agua, y no lo acuesto otra vez al bebé, y no lo
tapo, y salgo, camino a nuestra habitación, donde está la certeza de la razón y lo correcto, aguardando
para abrigarme en la cama.
"Existen hoy en día los profesores de filosofía, pero no filsofos. Sin embargo, sigue siendo admirable
de profesar ya que una vez fue admirable de vivir. Ser un filósofo no es simplemente tener pensamientos
sutiles, ni siquiera para fundar una escuela, sino para amar la sabiduría como para vivir de acuerdo a
sus dictados, una vida de simplicidad, independencia, magnanimidad y confianza. Ser filósofo es resolver
algunos de los problemas de la vida, no sólo teóricamente, sino prácticamente. El éxito de los grandes
eruditos y pensadores de hoy en día es comúnmente un éxito del estilo cortesano, no real, no de hombre.
Procuran vivir sólo por la comodidad, prácticamente como hicieron sus padres, y no son en ningún sentido
los progenitores de una raza noble de hombres. Pero, ¿por qué los hombres tienden a empeorar? ¿Qué hace
que las familias se exparsan? ¿Cuál es la naturaleza del lujo que enerva y destruye naciones? ¿Estamos
seguros de que no hay nada de esto en nuestras propias vidas? Un verdadero filósofo es un adelantado de
su época, incluso en la forma externa de vivir su vida. Él no se alimenta, no refugia, viste ni
calienta, al igual que sus contemporáneos.
¿Cómo puede un hombre ser un filósofo y no mantener su calor vital por métodos mejores que otros
hombres?"
Inserta otra vez en esta escena se sentía como una niña. Otra vez su padre dándole la espalda, de pie,
fumando su pipa y mirando el fuego del hogar a leña. Veía el humo azul con los destellos rojos de las
brazas que flotaban como si emanasen de su cabeza. Él se dio vuelta y la miró, y le dijo "No entiendo
qué es lo que te angustia, pasaste toda tu vida escapándole a toda cosa buena que se te presentó para
tratar de alcanzar las malas, uno creería que te ocurrió exactamente lo que buscabas".
Ella miró para abajo y le dijo "Esas no son las palabras de un buen padre", y él le dijo "ni las tuyas
acciones de una buena hija".
Subió la mirada y le dijo "no sé para qué intento hablar con vos, padre"; y él le dijo "yo sí lo sé". Y
se dio vuelta y miró otra vez el fuego.
Que para saber lo que duele, andá y besá una muñeca, y hacela de terciopelo, pintala de canela y
caramelo, conjurale con un beso una sonrisa. Bañala en perfume y miel, soñale tus cabellos, y amala. Y
así te amo, mi muñeca, mi reina, mi nada.
Y cerrá los ojos, y en el cielo acechá un cardúmen de serafines, encontrá el ángel más brillante y luego
mentile con un higo, besale un corazón, tomá en préstamo sus alas y llorale los más negros ojos que
hayan mirado el amor de un padre, colocá tus labios en su frente e inauguralo "hijo". Y así lo amo.
Y entrá al castillo, santificado tras un ejercito de humeantes dragones, rompé dos mil y cuatro puertas y
abrazá a la más hermosa princesa. Peinale el semblante y acariciale una vida, susurrale que papá la ama
y llená de tus besos su alma, y luego, solo luego, andá y coronala "hija", y así la amo.
Y poné chocolates en cuerdas de violines y atrapá un hada, rociale azúcar y maizena y hacele cosquillas,
regalale que cante rodeada con flores, y "sí, mi hija" decile cuando te pregunte si es bella, y así la
amo.
Y un día vení y andate, sacame todo o; aún peor, no hayas venido nunca, o no me hayas nunca dado nada.
Y no me molestes más, por favor. Hacé silencio, y leé lo que es amor:
Amor:
Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el
encuentro y unión con otro ser.
Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo
de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
Sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo.
Y no es que no te quiera. Otra vez, el problema soy yo.
Y entiendo tu indignación, con tus últimos suspiros de sed maldecís, porque me ves a mí con una botella y
en silencio reclamás: '¿cómo me podés dejar morir, así, la peor de las muertes?'
Mientras te doy la espalda y me alejo pienso: 'confiá en mí, esta, mi botella, no contiene agua,
contienen veneno'.
Inspirado en: El que Habla en Nombre de los Muertos, de Orson Scott Card
Un niño se esforzaba por mover un pesado armario de madera. Empujaba y no conseguía mover el mueble ni un
centímetro. Su padre, que pasaba por allí, se detuvo a mirar el inútil esfuerzo de su hijo. Finalmente
el padre le preguntó: "Hijo, ¿estás utilizando toda tu fuerza?" – "Sí, lo estoy" el muchacho gritó,
exasperado; "No", le respondió el padre con calma, "no lo estás. No me pediste que te ayude".
Escuché "y que raro el hombre, que se preocupa por qué hacer respecto al dinero, que lo pierde y lo puede
recuperar, y no se preocupa por qué hacer con el tiempo, que lo pierde y no hay manera de que vuelva."
Y así, me pasó otra vez: Es este exceso de confianza, de creer que ese espacio es mío y nada más que mío,
que será guardado para mí y por lo tanto siempre estará ahí esperándome, para cuando yo decida volver.
Como siempre, "soy el centro del universo" y creo que todo gira a mi alrededor; caigo siempre en el
mismo error de creer que el lugar que yo dejo, no lo puede ocupar otro.
Dilato el reencuentro, la situación, hago caso omiso a la urgencia que ya, poco a poco, va invadiendo no
solo mi mente, sino también mi cuerpo y, cuando decido unilateralmente ir, que no puedo ignorar más esta
necesidad, que es hora de ir a donde debería haber estado hace rato, voy, por fin, y busco, me paro
frente a la puerta, trato de mover el picaporte y me doy cuenta que el baño está ocupado.
Agüero llegó a su nuevo destino y el oficial de guardia le hizo el saludo policial, "continúe", le ordenó
Agüero y le pidió que lo anuncie con el comisario. "Lo está esperando, comisario", le dijo el oficial de
guardia a Agüero, "por favor pase adelante, si gusta seguirme lo acompaño" agregó. "Lo sigo" le dijo
Agüero. El oficial de guardia miró a un oficial ayudante que estaba sentado detrás de una computadora y
este asintió con la cabeza, se puso de pie y se paró atrás del mostrador donde había estado parado el
primero, "por acá, si gusta, señor" dijo el de guardia, y el comisario Agüero lo siguió.
"Que alegría verte" le dijo el comisario al ver entrar a la que ya no era su oficina al comisario Agüero,
"tanto tiempo".
Hablaron de todo menos de trabajo, la casa en el tigre avanzaba lento porque los materiales de
construcción estaban cada día más caros, Pablito estaba cada día más atorrante y Lali cada día más alta.
"Acá anda todo muy bien, la verdad que no se me ocurre nada para contarte, ya irá llegando tu gente,
pero te cuento que la que está trabaja muy bien. Yo solo me llevo al sargento primero López, que hace
mucho que laburamos juntos, pero el resto, uno más o uno menos, se queda" Agüero asintió con la cabeza y
comentó en lo agradable de la oficina, le dijo el comisario que de él solo era el mueble de la esquina y
el jarrón "de la buena suerte", el resto quedaba. El comisario Agüero le dijo que eso estaba muy bien y
le preguntó por el barrio. "Super tranquilo" le dijo el comisario. Hablaron un rato más hasta que dijo
que se tenía que ir. Tenía un bolso armado, se paró, lo agarró y le dijo a Agüero "vení, sentate en tu
silla" y Agüero sonrió incómodo, a él no le gustaban las payasadas. "Te acompaño al auto" le dijo, y el
Comisario Agüero acompaño al comisario a la calle. "Paso la semana que viene con una chata a buscar el
mueble" le dijo y el otro le respondió que cuando guste.
Agüero se dio la vuelta, miró su nueva comisaría y entró a su oficina sin mirar a nadie, se sentó, se
cruzó de brazos unos segundos, miró el techo y decidió revisar los cajones.
Sacó la cabeza por la puerta entreabierta y le pidió a la primera persona que pasó un trapo húmedo, un
tarro con agua y otro con lavandina. Cuando regresó el suboficial le preguntó si podía ayudarlo en algo;
"no" le dijo el comisario sin mirarlo, "gracias".
Vació los cajones, sacó monedas y clips, algunas fotos de personas anónimas y papeles que estimó no los
necesitaría nadie. Puso un poco de lavandina en la punta del trapo y limpió todo el escritorio y el
fondo de los cajones. Enjuagó todo con la otra punta húmeda con agua y cerró todo. Miró toda la oficina
y tuvo un buen presentimiento, aunque no lo reconocería ni a sí mismo, porque él no creía en esas
tonterías.
Pasó las siguientes semanas firmando papeles y expidiéndose en una asunto u otro, todos ponderables que
le traían a la oficina. Sus subcomisarios tenían la típica mezcla de proactividad y recaudo que tanto
criticaban los policías de antes y que tanto admiran los de ahora. Se creían ejecutivos, "no somos
señoritos, lidiamos con chorros y putas" pensaba el comisario, todo era lo mismo, lo que importaba era
hacer lo mejor que uno podía y saber que todo lo bueno es anónimo.
"Señor", le dijo uno de sus hombres cuando él entraba a la mañana a la comisaría, "cuando disponga, lo
molesto unos minutos" y Agüero le dijo "venga". Entraron a la oficina y Agüero se sentó, pensó en
invitarlo a sentar al sargento pero quizá sería una pérdida de tiempo si lo que tenía que decir
efectivamente tomase solo unos minutos, "lo escucho", le dijo.
"Es Agüero, señor, el cabo. Creo que necesita un poco de descanso". La única cosa que Agüero sabía del
cabo es que tenía su mismo apellido, fuera de eso parecía un buen policía. "¿Está muy cansado?" le
preguntó a propósito, para que le diga lo que en realidad ocurría. El sargento se quedó en silencio dos
segundos -Agüero los contó- y sin rendir el más mínimo gesto de no haber sabido qué decir hace instantes
el sargento dijo "anda enterrando y desenterrando a sus muertos, señor" El comisario nunca había
escuchado algo así, pensó unos instantes y le pidió al sargento que se siente. "¿cómo es eso?" le dijo,
como si le preguntase al hijo cuando es tres por nueve, al estudiar las tablas. "Es raro, señor, un día
viene y dice que se enteró que su abuelo una vez había discutido con el hermano, así que lo desentierra
de donde está y lo pone en otro cementerio, lejos de la tumba del hermano y dice que así va a estar
mejor, pero luego dice que al abuelo no le gustaba la ciudad sino el verde, así que se lleva el cuerpo
del abuelo a un cementerio en el interior, y así anda, saca a uno de un lado y va y lo pone en el otro"
Agüero vaciló tres veces su cabeza y se recostó en el respaldar de su sillón. "Gracias" le dijo al
sargento, este se paró y pidió permiso para retirarse, luego de la venia se dio la vuelta y se fue.
Agüero no quiso hablar con Agüero de inmediato. Pensó en "qué decirle" todos los días, cuando iba y venía
de su casa, cuando lustraba los zapatos y cuando planchaba sus camisas. Al verlo planchar, si fuese
otro, alguien le habría hecho algún chiste, pero la persona de Agüero no se prestaba para esas cosas. No
a Agüero. Toda la vida le gustó planchar y su hijo, años después, se sorprendió al enterarse que no son
los hombres los que generalmente planchan en las casas.
Un día le pidió al oficial de guardia que cuando Agüero llegase lo hiciese ir a verlo. El comisario se
sentó en su escritorio y no pudo concentrarse en su trabajo, así que se dedicó a ojear las noticias
hasta que tocaron su puerta y dijo "adelante". La puerta se abrió y Agüero, sin ponerse en firme, se
paró de forma rígida y le dijo "con su permiso, comisario" y Agüero le hizo que "si" con la cabeza,
"tome asiento" le dijo.
"Algunos días le veo un dejo de cansancio en la cara" le dijo Agüero a Agüero y el cabo le contó todo. El
comisario no pensó que habría de ser tan fácil. Para él era como preguntarle a un hombre si tomaba mucho
alcohol o si le pegaba a la mujer, había ideado muchos estratagemas para llevarlo al hombre, de a poco,
a contarle lo que hacía con su tiempo libre. Al terminar la narración el comisario ya casi no lo estaba
escuchando, era la historia que el sargento le había contado pero repetida cien veces. Andaba enterrando
y desenterrando primos, tíos, abuelos, tíos segundos y a todo el mundo. "Buen hombre", le dijo Agüero a
Agüero; "mire, el mundo es de los vivos. A los muertos se los entierra para recordarlos en el olvido" y
lo miró a la cara, a ver que pensaba el cabo, este apretó los labios e hizo que "si" con la cabeza. "El
descanso eterno es sagrado, a los muertos hay que dejarles el sueño en paz. Agüero, mire usted, sus
familiares no están en esas cajas, están con Di-s en el cielo" y lo miró otra vez. El cabo no pestañeaba
y Agüero pensó que quizá estaba luchando con alguna lágrima. "Es difícil, dejar atrás a los seres
queridos, pero mire usted, a veces uno por cuidar mucho los gallos, se le mueren las gallinas" y lo miró
otra vez. Agüero se puso el pulgar y el índice en los ojos, se los frotó y con la otra mano sacó un
pañuelo del bolsillo, Agüero notó que él tenía uno idéntico y le dijo "todos somos hombres y todos somos
personas, todos sufrimos. Mi padre descansa en eterna paz en La Rioja. Yo y mi hermana vamos una vez al
año, charlamos todo el camino, recordando las cosas buenas del viejo, le dejamos unas flores, rezamos un
avemaría y nos venimos, lo recuerdo, pero para pensar en él miro al cielo" Agüero se secó las lágrimas y
se sonó la nariz, "si señor, entiendo" le dijo Agüero a Agüero.
Quedaba la parte más difícil todavía. Esperó unos segundos más y le repitió lo del gallo y la gallina y
luego le dijo: "mire, a veces uno se concentra mucho en una cosa para no pensar en otra, ¿vio esa gente
que está todo el día pendiente del fútbol? bueno, esa gente lo que no quiere es pensar en alguna cosas
que le anda mal en la vida y por eso se distraen todo el día con el juego, hablan de eso y solo de eso,
pero ese no es el problema, el problema es otro, ¿me entiende? a veces uno hace una cosa para no pensar
en otra, y así, por cuidar al gallo, se le mueren a uno las gallinas. La familia es importante, hay que
estar unidos." Agüero le dijo que si.
Hubo un silencio y Agüero le dijo "mire, tómese usted el día, yo hablo con el jefe de calle. Vaya a su
casa y piense un poco, no venga mañana tampoco. Quiero que se quede en su casa tranquilo y piense en
acomodar un poco las cosas que lo ponen mal, no no, es una orden, no se hable del tema" Agüero le
agradeció, pidió permiso y se retiró. El comisario sintió que se le abría el pecho, como si el que
hubiese por fin enterrado todos sus muertos hubiese sido él y no Agüero.
A los días lo vio a Agüero con buen color en la cara, la ropa prolija y confraternizando con los
muchachos en la cocina. Se alegró pero solo pudo pensar en eso por unos minutos, había mucho trabajo por
hacer.
La semana siguiente hubo un acto de inauguración de una obra en su jurisdicción y la semana siguiente
tuvo ganas de correr como la anterior, pero no había nada urgente.
Agüero le tocó la puerta al comisario y este le dijo "pase", le ordenó que se siente y el cabo se sentó,
"le quería agradecer", le dijo. "Nada de eso, lo importante es que usted esté bien" le dijo el
comisario, "es así, a veces solo hay que ver las cosas de otro lado y listo" y Agüero le dijo que si. El
comisario hizo una mueca parecida a una sonrisa y Agüero se puso de pie. "Puse a mi padre y a mi madre
juntos, para que descansen en paz, porque sé que no podían estar separados, mi tía y la prima eran
también inseparables, tenían problemas, como dijo usted, pero al final la familia es la familia, y todos
tienen que estar juntos y las cosas no se solucionan esquivándolas" El comisario se quedó mirando la
puerta un buen rato luego de que Agüero se había ido. Sintió algo que hacía rato que no sentía: miedo.
No pudo ni terminar de leer una hoja del expediente que tenía sobre su escritorio. Le dijo al oficial de
guardia que no regresaría hasta el otro día y salió. Cuando llegó a su casa detuvo el auto frente al
portón del garage de su casa y se quedó pensando, a los pocos minutos vio que se movía la cortina de la
cocina y la cara de su mujer se asomaba. Puso el freno de mano, bajó y abrió la puerta del garaje,
cuando entró el auto su mujer lo esperaba en el patio; "¿estás bien?" le preguntó, él le dijo que si y
la besó en el costado de la cabeza y entró a la cocina, dejó las llaves y pasó a su habitación a sacarse
la ropa. Ella lo siguió extrañada y antes que ella le pregunte él le contó todo mientras se vestía con
mudas de casa. Él sabía que, a pesar de todas las interjecciones y exclamaciones que él en otra persona
tomaría como signos de pocas luces, su mujer lo entendía. Se sentaron a tomar mate y ella le acariciaba
el hombro mientras él miraba lejos y trataba de escaparle a los pensamientos que lo asaltaban.
Esa noche, mientras él trataba de conciliar el sueño, el cabo se pegó un tiro.
Luego, Agüero, intentaría, sin mucho insistir, convencerlo al médico forense que lo haga parecer un
accidente, para guardar por lo menos la honra del finado, pero el forense le explicaba que él encantado
lo haría, pero que el ángulo de entrada y la dispersión de pólvora en el cuero cabelludo y Agüero tomó
aire y subió la mano como si fuese a tocar una vidriera invisible, el forense acató la solicitud de no
continuar con la explicación, Agüero le dio la mano y se fue.
"Ya sé" hubiese respondido Agüero a cualquiera que le hubiese dicho que no había sido culpa suya, que el
hombre tenía problemas y todo eso, pero nunca le decía nada semejante a Agüero, nunca una contención, la
persona de Agüero no se prestaba para esas cosas. No, no a Agüero.
Enero
No sé por qué ocurre. Mi psiquiatra no rechaza pero tampoco favorece mi teoría, en fin, el asunto es
que, la única manera que tengo de recordar tu cara es observando, en un espejo, el reflejo de la mía.
Sostengo el espejo entre mis manos, miro su parte trasera, la etiqueta que anuncia al mundo a donde fue
creado, está arrugada, pienso que si yo tuviese diez años menos la hubiese sacado y me siento
responsable pero luego me siento viejo. Volteo el espejo, me miro, y te veo.
No es como ver una foto, es más una puerta a un recuerdo; como si mi cara fuese el punto de enfoque, como
esos diseños que estuvieron de moda y si uno los miraba un rato largo veía aparecer algo en tres
dimensiones. Es así lo que me pasa, no puedo recordar tu cara, si no miro la mía.
No te busco en mi espejo todo el día, mido mis ganas, no por mi bien sino por mi paz y libertad. Aquí
adentro todos somos sospechosos, los doctores nos observan constantemente y tratan de justificar su
elección de carrera proponiendo teorías para nuestras conductas más aleatoriamente banales. Si me
llegase a quejar alegando que no es sano vivir bajo constante observación me diagnosticarían paranoia.
La tentación de sentarme en el jardín, en el banco de siempre, bajo el árbol de siempre y buscarte en mi
espejo está siempre presente; pero sé que los doctores prestan especial atención a mis caminatas, sé que
secretamente albergan la sospecha de que tengo un espejo escondido en algún lugar del jardín o en mi
persona. Su aparente desinteresado acto de tomar el libro que estoy leyendo para fingir leer el título
no se condice con la manifiesta intención de "solo querer saber". Si así fuese bastaría con preguntarme
u ojear la tapa. Sé que buscan contrabando, un espejo o algún artilugio, algo, cualquier cosa que
compruebe sus sospechas, sus sospechas que soy culpable, culpable de algo, de cualquier cosa que puedan
escribir en mi historia clínica.
Pero soy culpable. Sin duda lo soy. Soy un asesino que nunca ha matado, un mentiroso que eligió decir
siempre la verdad, un borracho que alcohol nunca toma y un fumador que nunca ha de fumar, soy una bomba
que jamás nunca va a explotar.
Claro que no hago más que pensar en ti, en tu cara, en tu sonrisa reacia, en tu pelo, siempre hermoso y
apurado, en tu caminar de nervioso desenfado, pero lo hago cuando nadie me mira; te beso sin que se
entere mi boca, te respiro sin que mi nariz siquiera sospeche, te toco sin que mi piel lo sepa, y mis
ojos ignoran los mares que te lloro, corro hacia ti estando parado, grito y la camisa me arranco estando
quieto y sentado.
No lo oculto porque me preocupe a mí, solo porque no quiero preocupar a nadie. Sé que no es normal y no
espero que nadie lo entienda. Siempre disfruté al sorprender a mis oyentes con mi peculiar lectura del
dicho "no esperes peras del olmo" con el remate, entregado luego de una finamente calculada pausa, "no
es justo para el olmo". Sé que sería injusto de mi parte esperar que alguien entienda, que alguien
comprenda cuanto te amo. No es posible entender que la materia está compuesta básicamente de energía,
sería injusto esperar que alguien conciba que el universo está compuesto básicamente de nada y que dos
objetos caen a la misma velocidad independientemente de su peso. Estas son cosas que la gente acepta en
el tubo de ensayo de su mente, pero sufren grandes sobresaltos cuando la ven materializada en una caja
de fósforos, en un transeúnte o en un beso.
Así ando, exteriorizando la paz que nadie me cree. También aplaudo como espectador impaciente y miro las
bambalinas de mi farsa, aplaudo y aplaudo, esperando ver con gran anticipación que se abra el telón y
así aplaudo, apurando los actos de mi acto; soy un espectador más de mi mismo, la anticipación de mi
oculta locura ha tomado corporeidad en la imaginación de quienes me observan.
Exploto a diario, sin hacer nada, mi condición de estar al imperceptiblemente latente borde de algo, y
disfruto del efecto que causo en la gente, el efecto que causo cuando ven que no pasa nada.
Paso días y días sin siquiera mirar el lugar donde guardo mi espejo, sufriendo las ganas de verte,
agonizando pero soportando hasta que al fin, cuando ya no puedo más, espero un día más y cuando siento
que moriré si no te veo, espero otro, y al otro abro el cofre, saco el espejo, lo pongo dentro de mi
libro, solo para que no se me caiga y rompa, no es para esconderlo. Camino despacio, que nadie note
nervios ni ansiedad. No voy directo a sentarme al banco de siempre ni directo al camino que me lleva a
él, eso sería brusco y quizá hasta de mal gusto. Sería ir a comprar cigarrillos y antes siquiera de
pagar por ellos, abrir el paquete, sacar uno y encenderlo dentro del negocio, sin siquiera haber dado un
paso hacia la caja, sería, quizá, una muestra de cuan poco civilizados somos en realidad, sería; no
"caer en la tentación", sino arrojarse a ella.
Camino, voy al comedor, me sirvo un té, no lleno el pocillo así tardo menos en terminar; es un acto
meramente simbólico, obvio que no voy a llegar antes por un sorbo menos, pero es, pienso con una sonrisa
un poco menos contenida, una muestra de mi devoción, una más, pequeña y privada, anónima y, por lo
tanto, más válida o, quizá, más valiosa. Más valiosa que todas las flores, que los libros y chocolates,
más válida que todas aquellas cosas que, lejos de no haber nacido de un lugar honesto de mi corazón,
tenían un fin, intentaban una reacción; buscaban, sin duda -o mejor dicho esperaban- algo a cambio.
Mi doctor ha visto el espejo dentro de mi libro, noto como al verlo le ha cambiado la expresión en el
rostro, el colega con quien habla continua moviendo la boca pero mi doctor ya no lo escucha, cabecea que
sí y le coloca la mano en el hombro mientras da un paso hacia delante y al costado. Dice unas palabras y
camina tomando un rumbo que sin duda lo traerá a mí y, por supuesto, a mi espejo.
"Buen día doctor" le digo y su sonrisa me contesta un "buen día" exento de palabras. Mientras estudio su
rostro me pregunto cuánto le dolerá no poder exteriorizar su decepción, no poder decirme lo imbécil que
cree que soy y no poder colocar con una mano el espejo frente a mis ojos mientras me golpea salvajemente
con la otra.
Pivoteo mi cabeza hacia la izquierda y le pregunto si alguna vez ha estado en peor estado de desventaja
intelectual con un paciente. Trata que no se le note el enojo y me dice que mi inteligencia es una gran
ventaja, para él, para mí y para todas las personas que están tratando de ayudarme. Evalúa preguntarme
algo de mi espejo y decide que no, sabe perfectamente que soy capaz de regresar a mi cofre y guardarlo,
lo he hecho antes, sabe que solo me daría munición en su contra si me diese pie para no actuar lo que él
considera un síntoma; si no hay síntomas, no hay prognosis y así no hay tratamiento y sin tratamiento no
hay, para él, paliativos.
Me cuesta, al mirarle la cara, no recordar la canción de U2 "One", cuando dice "¿has venido aquí a hacer
de Jesús a los leprosos que llevas en tu cabeza?".
Hay cosas que por un motivo u otro se sujetan a las paredes de nuestros recuerdos con mayor fuerza que
otras. No hay manera de saber porqué, dado que no las podemos comparar con las que hemos olvidado puesto
que las hemos olvidado.
Es con nostalgia que repito la frase "la historia nos enseña a estudiar el pasado para comprender el
presente y proyectarnos hacia el futuro". Einstein dijo que la locura consistía en hacer siempre lo
mismo y esperar diferentes resultados y quizá eso es cierto para los fotones y el hidrógeno o cualquiera
haya sido el objeto que cautivaba su curiosidad cuando ideó esa frase pero no, esto es diferente, loco
es quien cree que, porque alguien siempre ahí estuvo, ahí siempre estará.
Celebro hoy, como lo hice en el pasado, mi duda, la duda que me hace sufrir, porque sufrir es vivir y
solo viviendo te encuentro. Nunca te daré por sentada, no lo hice cuando todavía tu cruel corazón latía,
tampoco lo haré en mi espejo, mientras lo tomo y me veo y pienso si será esta la vez en la cual, ya no
te veo.
Si; es un error peligroso, para mi humilde entender (que obvio, no es humilde) pensar nuestras acciones
son o deberían ser parte de un método que, dentro de un "plan divino" nos aseguran un resultado. Creo
que podemos tomar decisiones que consideremos "conductivas a la felicidad/bienestar", y esperar que las
cosas salgan más o menos bien. Nada más.
Periodista: ¿Pocho, es verdad que vas a ser diputado de Acción por la República? Pocho la Pantera: No no, lo mío es el arte, yo solo lo apoyo a Cavallo, pero yo me
dedico a la música. Periodista: Entonces, contanos un poco qué te depara el futuro cercano, contanos qué va
a ser de tu carrera artística. Pocho la Pantera: Me voy a ir de gira por Estados Unidos, estoy muy contento, me voy a
Miami, "Manatan", Hollywood y … Periodista: Disculpá que te interrumpa Pocho, será Manhattan, no Manatan. Pocho la Pantera: Vos ponele como quieras pibe, que el que se va a Manatan soy yo.
Mi aceptación de una persona en mi vida tiene un alcance limitado y está sujeta a tu buena conducta y
abstinencia de negar hechos científicos comprobables por la más simple y observable evidencia y/o hechos
filosóficos dados por sentado hace milenios por personas con túnicas largas como sus barbas, estudiadas
y admiradas por milenios por gente que nos superan en todo.
Cualquier intento de negar un simple silogismo o cualquier intento de contradecir un dicho admirable con
un falso aforismo será castigado con destierro de mi vida hasta que me olvide de lo que es capaz de
hacer una persona solo por no querer reconocer que está equivocada.
Las frases "bueno, pero igual…" o "yo soy así" para justificar cualquier dicho o conducta criticable
resultará en la aplicación de una plancha para bifes marca "El Rosarino" con una aceleración de 18,4
metros por segundo en el pómulo derecho (o sea, de revés).
Si la palabra "tipo" es agregada antes de alguna de las dos frases mencionadas, la plancha estará
caliente y recubierta con sal gruesa.
La utilización de la palabra "capaz" en vez de la palabra "quizás" resultará en la reclusión perpetua
compartiendo una celda con Susana Giménez, un paleontólogo y Pocho la Pantera.
Y la muerte no tendrá señorío.
Despojados de todo, incluso de vida, entenderán al fin que todos no somos sino uno,
con el "hombre en el viento" y la luna del oeste;
cuando sus huesos no tengan más carne y aún los huesos se hayan ido,
tendrán estrellas a codos y pies;
los locos, serán cuerdos,
los hundidos, serán erguidos,
mas se pierden amantes, pero no el amor,
y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Bajo los vientos del mar
los que yacen tendidos no morirán aterrados,
retorciéndose en la mesa de tortura, no cederán sus tendones,
amedrentados por la soga, ellos no se romperán;
la fe en sus manos se partirá en dos,
y demonios unicornes los penetren;
rotos todos sus huesos, mas no crujirán;
y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Ya no gritarán las gaviotas a sus oídos,
No estallarán más olas a sus orillas,
No florecerán flores donde flores florecían,
Pero, por fin, levantarán sus cabezas al caer de la lluvia;
aunque estén locos y muertos como clavos,
subirán de la tierra atravesando margaritas;
Gozarán del sol hasta que el sol se rompa,
y la muerte no tendrá señorío.
De Dylan Thomas.
Traducido por: Elazar, porque la traducción original es una ojota.
Yo pensé que me conocía a mí mismo, pero llegó un punto de mi vida en el cual me di cuenta que no, que en
realidad me estaba confundiendo con un amigo de la escuela que se peinaba parecido y tenía un caminar
desenfadado, un aire a mí pero que definitivamente no era yo.
En fin, el asunto es que ahora no sé qué hacer. Llamé a un compañero de trabajo (que trabajaba cerca de
mi oficina) para pedirle consejo, me dijo que me había visto a menudo en un bar a donde nos juntábamos
luego de la facultad, sugirió que vaya y me haga amigo, pero soy muy malo estableciendo conversaciones
casuales con extraños, mejor averiguo a dónde estoy estudiando así me anoto en la misma clase, por lo
menos puedo sentarme cerca de mí y ver qué opino, cómo me visto, con suerte podré ver las notas que
tomo, tendré que aprender a imitar mi letra, ver cómo me visto, y el acento, me han dicho que es muy
raro el acento.
Espero estar estudiando una carrera que me guste, sino va a ser una experiencia deplorable, pero, en fin,
no puedo seguir así, yo por un lado y yo por el otro.
Ella lloraría, pero solo cuando no quería, eso se decía, porque creía que sabía, lo feliz, lo feliz que
ella sería.
Lloraba solo cuando estaba bien, ya que ella sabía, sabía que si una sola vez hubiese llorado cuando
estaba mal, nunca pararía.
Lo tenía todo, en sí, no todo, porque nadie todo lo tenía, eso se decía, ella tenía todo lo que todos
querían, eso y más, ella sí ten��a, así se decía, ella que al final, al final todo lo sabía.
¿Qué importa que solo tenga retazos de amor? La mayoría de la gente ni eso tenía, y eso ella se lo creía.
No es que fuese mentira, era verdad, "no hay que pensar tanto", sus amigas y su madre le decían, y ella
les creía. Era su maldición, ella se decía, ser tan inteligente y saberlo, en sí, ella todo lo tenía,
casi todo, más que la mayoría, eso creía.
Ella valía mucho, eso se decía, pero, ahora lo digo yo, que todo lo sé, que por eso escribo esta
historia, ella vale más, mucho más, pero todos sabríamos, que con eso no bastaría, pero, ella, igual,
ella igual se lo decía.
No es que poco sea mucho, sino que, a veces, mucho es poco, ella decía.
Todo lo perdió, pero estaba bien, porque, al final, era mejor, perder todo ahora, porque después, igual,
todo se perdía, eso, se decía, y lo creía, al final, al final ella lo creería.
Nunca se enteró, de lo que se perdía, porque; al final, nunca se atrevió a decir, lo que no decía.
Para que un hombre sea feliz en la vida no le hacen falta sino dos cosas: la segunda es que le tiene que
decir todo que sí a su esposa.
La primera es que tiene que casarse con una mujer a quien se le pueda decir todo que sí.
El hielo era demasiado grande para el vaso, Jóse empujó una punta y el hielo comenzó a girar sobre los
bordes del vaso, vueltas y vueltas sobre su eje.
"¿Vos no me querés ni un poquito, no?" él la miró con ternura y le agarró la mano, "no, sabés que no",
ella retiró despacio la mano y se incorporó sobre sí misma, no se había dado cuenta de que estaba
recostada sobre la mesa, abrió la boca para decir "vos te lo perdés…" pero él ya se había reído antes de
sus retruques.
"¿Estuviste enamorado alguna vez?". Él arqueó las cejas sin mover la boca, reflejando la gravedad de la
pregunta; dijo "sí, claro que sí, creo que varias veces, una seguro, pero quizás dos o tres". El hielo
cayó al vaso, ella, con sus ojos, recorrió toda su cara, como buscando signos que la ayudasen a
reconocerlo, y dijo "no podés no saber si amaste a alguien o no, ¿cómo una o tres?"
Él había descubierto un secreto que pocos sabían: es más fácil decir siempre la verdad, más económico,
menos problemas, menos reclamos, menos cosas para recordar y, además, más ventajoso. Había hombres que
mentían sin tregua para acostarse con una mujer; Jóse descubrió que se podía acostar con muchas más si
decía la verdad, por más atroz que fuera.
"Para mí el amor es otra cosa…, prefiero no hablar de eso" y era verdad.
"Solo quiero entender…" pero no había nada que entender, ella ya sabía. "¿Vos qué querés conmigo, solo
sexo?" él sonrió y dijo "Yo ya tengo sexo, nunca me viste solo, yo lo que quiero es muy simple, tan
simple que no me vas a creer". Él se detuvo y ella, con fastidio, hizo un gesto con las manos que
claramente indicaba que quería que él continuase. Él tomó el octavo trago de su whisky y le dijo "yo
quiero estar bien, quiero estar alegre, como estoy siempre, quiero que nos veamos, como me veo con todos
mis amigos, quiero verte linda y desearte, quiero que de vez en cuando salgamos, quiero que nos
emborrachemos y que terminemos en una cama gimiendo, no quiero problemas, no quiero líos, no quiero
planteos, no quiero saber de tu día ni que sepas del mío, eso solo quiero" y sonrió con su mejor
sonrisa.
"Creo que sos la peor mierda que he conocido en mi vida" dijo ella. Él la miró fija y le dijo "tenés una
basurita en el pelo, permitime…" se acercó y con delicadeza unió el dedo índice y el pulgar sobre un
grupo de cabellos, tiró suavemente, ella sintió una ola de escalofríos. Él se recostó en el respaldar de
su silla y sacudió ambos dedos contra el borde de la mesa, ella se recostó sobre la mesa, lo miró y le
dijo "quiero que sepas que te odio, te detesto, que de verdad te odio …" y lo miró desplegando una leve
sonrisa que afirmaba la veracidad de ese odio. Él se aguantó las ganas de decirle "lo sé", porque, él se
había reído tanto de sus retruques que… ¿para qué? …
No, no me desees lo mejor, gracias. Sé que querés lo mejor para mí, pero decirlo sería una muestra de
pereza de tu parte.
De verdad, entiendo que querés lo mejor para mí, pero; por favor; no me lo digas; porque, después de
todo, no es un acto tan noble como crees, no es tan admirable, no habla tan bien de vos.
"No sos vos, soy yo", y sí, lo sé, de verdad que lo sé, el problema sos vos, pero, te lo ruego, no lo
digas.
Te agradezco los ofrecimientos de poder llamarte si llego a necesitar algo, pero; voy a estar bien,
gracias.
No, sin último abrazo y sin la última charla, ahorrátelos: Luego de haber vivido, caminado, viajado,
visto, llorado, amado, reído y leído tanto, con total confianza de no perderme nada te digo: ahorrame la
última charla; paso, gracias.
Vendrán otros a ocupar este lugar. Cada vez que alguno de ellos no entienda algo, te ofenda, no se
adelante y te abra la puerta, cuando te descuide, te olvide, te engañe, no se anticipe, no se interese
por el libro que estás leyendo, cuando no haya más flores en tus floreros y no tengas que quejarte por
tantos regalos que engordan, cuando te des cuenta, haceme el último favor: no me llames, en cambio,
acordate que ya te contesté, acá y ahora, te digo: "sí, lo sé, gracias".
La próxima vez que te veas en un grupo en el cual -a manera de broma- se estén quejando de que no hay
hombres y alguien proponga un brindis por estas guapas mujeres solteras y todas alcen la copa: vos pensá
en mí, apoyá la copa en la mesa, cruzate de brazos, mirá al piso, ponete triste, y no brindes.
Hay cosas que tienen nombre, aunque quizás no hemos tenido tiempo, oportunidad o ganas de descubrirlo. ¿Y
para qué sirven los nombres? Bueno, para nada, para todo, o para algo. Depende. Pongamos un ejemplo:
Si te preguntas "¿Qué es un kilo?", y te das el lujo de caer en un estado contemplativo,
descubrirás que el kilo es una convención. No nació de un árbol ni cayó del cielo: un día, un grupo de
personas decidió que cierto objeto guardado en un lugar pesaría un kilo. Otros países hicieron copias
del kilo original y ahí quedó: el estándar universal del peso. Arbitrario, sí, pero útil.
Esto nos lleva a tres grandes categorías:
Descubrimientos: La gravedad. Algo que siempre estuvo ahí, aunque tardáramos en
notarlo.
Invenciones: El abrelatas, salvador de las latas y de las uñas.
Convenciones: Llamar "rojo" a un color que podríamos haber bautizado "churrasco."
Ahora que entendemos el poder de los conceptos, veamos tres que a menudo usamos sin darnos cuenta que nos
están usando a nosotros.
Pensamiento contrafactual:
Es esa confusión de ideas que te hace desperdiciar tiempo pensando en cómo "debería haber sido",
en lo que "hubiera pasado si…". Es una especie de máquina del tiempo mental rota, porque te
lleva al pasado, pero solo a verlo desde una perspectiva llena de culpa o fantasía. Es inútil.
El contrafactual se obsesiona con un "deber ser" que no existe. Ni existe una máquina del tiempo
para corregir lo que pasó, ni hay una corte cósmica donde apelar decisiones injustas. El pasado es
irrecuperable, el presente es lo único tangible, y el futuro… bueno, ese todavía está tomando forma. La
verdadera lección del pensamiento contrafactual no es "arreglar el pasado," sino reconocer que solo
podemos planear el futuro.
Perfeccionismo tóxico:
Ah, el perfeccionismo. Ese halago envenenado. Tal vez hasta lo has usado para justificar tus horas de
autoexigencia: "Es que yo soy perfeccionista." Pero cuidado, porque el perfeccionismo tóxico no
es el del pintor que crea cuadro tras cuadro, mejorando un poco con cada uno. No, es el del pintor que
nunca termina su primera obra porque no puede soportar que no sea perfecta. Es ese que paraliza, que te
grita al oído que todo lo que haces es insuficiente, que tus logros no valen porque siempre hay un
"más perfecto" por alcanzar.
El perfeccionismo tóxico no es una virtud; es una trampa. Un espejismo de excelencia que te hace
despreciar los pequeños pasos hacia adelante y odiarte por no saltar kilómetros de una vez. Lo irónico
es que el verdadero perfeccionismo —si queremos llamarlo así— no busca la perfección absoluta, sino el
progreso constante.
Negación a la incertidumbre:
¿Te molesta perder el control? Tal vez no sea eso. Tal vez lo que realmente te asusta es darte cuenta de
que nunca lo tuviste, no lo tienes, y nunca lo tendrás. La vida es incertidumbre, un caos disfrazado de
rutina. Y cuando intentas negar esa verdad, te encierras en la jaula de la ilusión de control.
La negación a la incertidumbre es ese pensamiento que te hace creer que, si sigues ciertas reglas, todo
estará bajo control. Pero aquí está el problema: puedes comer sano, hacer deporte, meditar todos los
días… y un piano puede caer del cielo y aplastarte como al Correcaminos. La verdadera fortaleza no está
en buscar el control absoluto, sino en aceptar que la incertidumbre es la norma, y que la vida no pide
permiso para torcerse de un día al otro.
Visión Adaptativa Estoica:
Y aquí llegamos a la joya del día. La visión adaptativa estoica no niega la incertidumbre ni busca el
control total; simplemente elige adaptarse. ¿La clave? Dejar atrás la escalera hedonista (esa
te dejo de tarea). Descubrir que la verdadera libertad no está en evitar los problemas, sino en aceptar
que siempre habrá desafíos.
El estoico no persigue la perfección; persigue el dominio de sí mismo. Si algo escapa a su control, lo
deja ir. Si algo depende de él, actúa con sabiduría y decisión. Es una filosofía de "haz lo que
puedas con lo que tienes, y déjate de llorar por lo que no puedes controlar".
La Conclusión:
No tenemos la máquina del tiempo para volver atrás y corregir lo que fue. El pasado es un eco, y
cualquier intento de cambiarlo es como intentar domar el viento. El presente, por su parte, no es
planificable: lo único que podemos hacer es vivirlo.
Sin embargo, podemos ser nuestra propia máquina del tiempo. Podemos estudiar el pasado, no para
lamentarlo, sino para comprenderlo, y usar ese entendimiento para planear un futuro más óptimo. La clave
está en tomar decisiones en el presente que, según nuestra mejor y más informada opinión, nos acerquen
al futuro que deseamos.
Aceptar la incertidumbre no significa renunciar a soñar, sino entender que el camino hacia esos sueños no
es una línea recta. Cuando el camino se tuerza —porque lo hará—, tendremos que reajustar nuestras
expectativas con alegría y destreza. No porque todo haya salido como queríamos, sino porque sabemos que
adaptarnos es nuestra mayor fortaleza.
Al final, no se trata de soñar con la máquina del tiempo, sino de construirla con nuestras elecciones,
paso a paso, día a día. No podemos controlar lo que sucede, pero sí cómo reaccionamos a lo que sucede. Y
ahí, en esa reacción, está el poder real de ser nuestra propia máquina del tiempo.